Llegan los últimos días de octubre y empezamos a poner nuestras ofrendas del Día de Muertos. Pero hoy no hablaré sobre lo que debe de llevar una ofrenda, porque eso lo encuentras en cualquier lado. Hablaré sobre el vínculo personal que tengo con el altar que año tras año le hago a mi abuelita.
Las ofrendas de Día de Muertos son una tradición milenaria en México. Anualmente honramos a nuestros seres queridos con su comida favorita sobre un colorido altar, que lleva: Flores de cempasúchil, velas, agua, sal, pan de muerto, papel picado, copal y los platillos favoritos de nuestros difuntos.
Mi tía esotérica dice que cuando ya están aquí, ellos te guían sobre lo que debes poner en su altar. Cuando se les antoja o quieren algo en específico, te encuentras con ése alimento, bebida o dulce fácilmente. Pero cuando no quieren eso que tú pensabas ponerles, te pueden pasar mil accidentes para que lo planeado por ti no llegue a la ofrenda. Yo no lo creía, pero ahora sí.
Lo que me pasó al montar la ofrenda a mi abuelita
Resulta que como cada año desde el 2021, le estaba preparando su ofrenda a mi abuelita Lupita. Le iba a poner su pan favorito: Las conchas y un café, porque ahora me encontraba lesionada de un brazo. Algo frustrada por no poder cocinar, decidí ser minimalista, pero las cosas no saldrían como yo tenía pensado, porque ella quería otra cosa. Y lo supe cuando salí a buscar su concha y ninguna panadería a la redonda tenía justo ése pan. Bueno, ¡ni los panes de Bimbo u otras marcas populares encontré en NINGUNA tienda del rumbo!
Empecé el 30 de octubre colocando sal, agua, 2 papeles picados y faltaban las fotos de mis abuelos, de una tía y la de mi abuelita. Según yo guardo todo en orden en mi buró y esta vez sólo estaba la foto de mi abuelita. Así que para ella sería toda la ofrenda. ¿Sería que así lo quería?
¿La ofrenda más cara?
Era ya 31 de octubre y todavía me faltaban las flores de cempasúchil, el pan de muerto y un poco más de papel picado para decorar con un poco más de color. La hora pico y mi lesión del brazo izquierdo no ayudaban para trasladarme en Metro al Mercado de Jamaica. No tenía mucho dinero, porque era fin de quincena. Lancé la típica frase «Dios proveerá» ¡y que me encuentro con un comerciante en un crucero! Ahora en lugar de dulces, ¡tenía ramitos de flores de cempasúchil! Le quedaban 2 y me llevé 1 a $20.
Cuando llegué de nuevo al departamento, mi mamá me mandó un mensaje para que recogiera unos papeles picados personalizados que encargó a un vecino del condominio y me pidió que los pusiera en mi ofrenda en lo que llegaban con ella. Luego, mi tía me llamó para decirme que a su casa me había llegado un regalo: 2 panes de muerto. Mientras tomaba la llamada y arreglaba mi cuarto, encontré un poco de copal.
Para el 1 de noviembre ya tenía casi todo listo. Además de su imperdonable café, esta vez en lugar de concha, le cociné unas enchiladas en salsa de guajillo de las que yo también comí y pedí una hamburguesa sin piña como a ella le gustaba. Llegada la noche, prendí una veladora en su honor, agregué el pan de muerto y me fui a dormir.